
Hierro y fertilidad: ¿se relacionan?
Bajos niveles de hierro pueden interferir en el ciclo menstrual y en la producción de espermatozoides, afectando la fertilidad. La alimentación y la suplementación son los mejores aliados.
Este mineral es uno de los más abundantes y necesarios en el cuerpo para la elaboración de la hemoglobina y mioglobina responsables de llevar el oxígeno a todos los tejidos. Tener un aporte adecuado, ayuda a un mejor rendimiento físico y mental, mejora las habilidades de razonamiento y atención. Su deficiencia se asocia a palidez, caída del cabello, uñas frágiles e intolerancia al frio.
Bajos niveles de hierro pueden interferir en el ciclo menstrual y en la producción de espermatozoides, afectando la fertilidad. La alimentación y la suplementación son los mejores aliados.
La suplementación con hierro es una práctica común para prevenir y tratar la deficiencia de este mineral esencial. Sin embargo, es fundamental comprender tanto los beneficios como los riesgos asociados con su consumo, especialmente cuando se realiza sin supervisión médica.
El hierro tiene un papel fundamental para el funcionamiento cognitivo, nervioso, muscular y óseo en todas las etapas de la vida.
La deficiencia de hierro produce fatiga, agotamiento mental, falta de motivación y otras consecuencias que afectan la productividad y el rendimiento.
El hierro es un mineral esencial que interviene en la oxigenación celular, la función muscular y la producción de energía, entre otras funciones. Su déficit puede causar daños a la salud.
La falta de hierro puede generar anemia, problemas de concentración, fatiga y anomalías cardíacas o respiratorias, lo que influye en la productividad.
La vitamina D contribuye al fortalecimiento de la barrera cutánea y ayuda a la piel a retener la humedad, protegiéndola de agentes irritantes, alérgenos y bacterias. Además, participa en el proceso de diferenciación celular, esencial para la reparación tisular y el mantenimiento de la función barrera. La vitamina D se produce naturalmente en la piel al exponerse a la luz solar, lo que puede beneficiar indirectamente a la salud cutánea.
La vitamina D3 es una de las formas que el cuerpo utiliza para regular los niveles de calcio y fósforo, fundamentales para prevenir y tratar trastornos óseos como el raquitismo, osteomalacia y la osteoporosis, así como para mantener los huesos y dientes sanos. También interviene en funciones musculares e inmunológicas. Se obtiene a través de la exposición solar, en ciertos alimentos (como pescados, queso, yemas de huevo, leche, entre otros) y suplementos alimenticios como el Farma D.
Algunos alimentos contienen vitamina D de forma natural, como los pescados grasos (salmón, sardina, atún), la yema de huevo y el hígado. También está presente en alimentos fortificados como la leche, los cereales y las bebidas vegetales. Dado que la cantidad disponible en la dieta suele ser baja, muchas personas dependen de la exposición al sol o de suplementos para cubrir sus necesidades.
La vitamina D3 (colecalciferol) es la forma más eficaz de mantener niveles adecuados de calcio y fósforo en la sangre. Se absorbe mejor que la D2 (ergocalciferol) y permanece más tiempo activa en el organismo. Puede provenir de fuentes animales o vegetales (existe D3 apta para veganos). La elección y dosis deben adaptarse a cada persona y ser indicadas por un profesional de la salud.
En niños, se recomienda la vitamina D en formatos adecuados para su edad, como gotas o tabletas masticables. La cantidad diaria recomendada varía según la edad y las pautas de cada país, pero suele estar entre 400 y 600 UI. La suplementación debe ser indicada por un pediatra, especialmente en bebés lactantes o con baja exposición al sol.
En los hombres, la vitamina D ayuda a mantener huesos fuertes, una función muscular saludable y el buen funcionamiento del sistema inmunológico. También interviene en la regulación de calcio en el organismo. Su deficiencia puede afectar la salud general, muchas veces sin manifestar síntomas claros. Para mantener niveles adecuados se recomienda la exposición solar, una alimentación equilibrada y, si es necesario, el uso de suplementos bajo supervisión médica.
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